El Pasajero es el titulo de una revista digital dedicada a Valle Inclan que les recomiendo. Tambien va a ser el titulo de una seccion dedicada a paginas y blogs de este pais que algunos pretenden monolitico desde 1812, miren ustedes que pedazo de tradicion.... Esta claro que el autor habla de la Infanta que no se enteraba de donde salian sus vinos, sus platos, su Pedralbon y su tren de vida y que apoda principe a su consorte, el ciudadano plebeyo Urdangarin, ennoblecido en mala hora.
relatosmudos,blogspot.com
martes, 31 de enero de 2012
De príncipe apuesto a Rey Midas
Ocurrió en un país azotado por la crisis; un país de vocación
republicana, donde por extrañas cuestiones históricas un dictador enano
reimplantó la monarquía.
Llegaron tiempos aciagos para el pequeño reino que nos ocupa. La crisis ahogaba, el paro forzaba a los
jóvenes a emigrar o aceptar puestos de trabajo con horarios abusivos y
sueldos irrisorios mientras sus jefecillos viajaban en coches de
empresa, hablaban con iPhones de empresa, comían con cheques de empresa e
incluso alguno abusaba de la becaria de empresa. Sucedió entonces que
un miembro de la Casa Real osó
robar parte del oro del pueblo. El príncipe apuesto ingenió una burda
trama de sociedades destinadas a fines sociales y mediante triquiñuelas
financieras se apoderó de ingentes partidas de oro. El oro de enfermos
crónicos y niños con cáncer, de hospitales y colegios; de necesitados y
barrios pobres, ese oro.
En poco tiempo, la avaricia transformó al gentil príncipe en rey Midas
atreviéndose incluso a adquirir un palacete que superaba las posesiones
del propio heredero del reino. Aquello insultó al pueblo, irritó a la Casa Real, que le apartó de su lado y le llevó ante la justicia como a cualquier individuo. Para dar ejemplo y sofocar la ira del pueblo.
Pero la indignación ya hacía tiempo que había calado en un pueblo harto
de políticos corruptos que salían absueltos mientras jueces honestos
eran juzgados, dolido por las indemnizaciones
desorbitadas a quien los había llevado a la ruina, humillado por los
desahucios en un reino plagado de viviendas vacías casi podridas de
polvo y soledad.
La población exigía justicia. Querían la cabeza de la princesa, amada
esposa del príncipe ladrón. Ella también había comprado el palacete,
también era parte de aquellas sociedades, algunos documentos llevaban su
firma. Los Reyes quisieron convencer al pueblo de que su pobre hija no
podía ser considerada responsable. Sin duda, había sido hechizada por
los besos de su amado príncipe haciéndola incapaz de juzgar ni opinar.
Pobre princesa dormida, decían.
A pocos días del juicio, el fiscal, acobardado ante las presiones de sus
majestades, no quiso escuchar la voz del pueblo y decidió ni tan
siquiera investigar a la princesa. Los habitantes del reino, intuyendo
ya que aquel sería otro juicio sin castigo ni justicia, se unieron en un
movimiento único, algo desorganizado, a ratos con cierta violencia,
pero tan sólido, que nada ni nadie pudo pararles los pies.
Y así, enarbolando la bandera de la república y gritando ¡justicia!,
mujeres, hombres, ancianos y niños, todos, salieron a la calle y se
apoderaron del Palacio Real. Despojaron a reyes y príncipes de sus
absurdas coronas, títulos y privilegios, devolvieron el oro a enfermos
crónicos y niños con cáncer, a hospitales y colegios y colocaron la
bandera de la república en el punto más alto del reino para que se viera
desde todos los rincones del mundo.
Y colorín, colorado, la monarquía en este reino se ha acabado.